No te abrimos las puertas y aun así entraste en nuestra casa
Dominaste a tu antojo, te llevaste nuestra riqueza, nuestro idioma
Nos impusiste el tuyo, tu cultura, tu fe, tus prácticas, tus maneras
Te mantuviste como jefa hasta que te logramos echar
A como dio lugar, de cada una de nuestras habitaciones,
No sin esfuerzo, no sin dolor, te dijimos que no queríamos más
Que podíamos con nosotros mismos
Pasaron los años, volaron los calendarios, y tiempo después
Volviste desangrada, pobre, desgarrada, hambrienta
¿Qué milagro hizo que te abriéramos la puerta de nuevo?
Solo puedo pensar en nuestra capacidad solidaria
Te quedaste en casa, te abrigamos, te dimos de comer
Te dimos un trabajo, un hogar, una familia
Tu descendencia se hizo profusa, llenaste varias habitaciones
Y así disfrutaste de nuestra casa una vez más, pero compartiéndola
No dominándola, no imponiéndote, conviviendo
Viendo como tu linaje crecía y se mezclaba,
ya sin reconocer los tuyos de los nuestros
La hora de los problemas llegó
Las habitaciones de esta casa empezaron a crujir
Se desmoronaron los cimientos
Entonces empezamos a partir
Pensamos que nos recibirías en tu casa
Que tendrías la amabilidad y el sentido común
De devolvernos el favor de abrirnos tus puertas
En nuestro momento de incertidumbre
Descubrimos que no, que no somos bienvenidos
Que no hay sentido común, ni gentileza, ni amabilidad
Ni solidaridad, ni memoria, ni sentimientos en tu casa
No reconoces a la sangre de tu sangre
Negas cualquier parentesco, no solo de familia
Sino de situaciones, de este espejo de dos caras
Que te devuelve la mirada y te muestra tu desprecio
No logro entenderlo, no puedo tragarlo
Algún día sabrás que la gente se cansa
Que las puertas una vez abiertas se cierran
Que el abrazo cálido que te recibió dejó de esperarte
Que en las horas de oscuridad no habrá luces para iluminarte
En esta casa, no puedes ser bienvenida, no por nuestros deseos
Es todo merito tuyo.
Hasta siempre.
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